HOMOSEXUALES DEL MUNDO UNIOS
Hasta hace dos meses atrás, quienes no conocían mi orientación sexual, pensaban que yo era una ciudadana más. Algunos dirían que una buena historiadora, otros una buena amiga, una profesora entretenida, una apasionada por la colonia, fanática de los archivos y de la paleografía, una solterona irremediable que no había tenido suerte en el amor. En realidad, yo era y soy todas esas cosas y seguramente otras menos confesables, pero no soy una solterona sin suerte en el amor. Al contrario, tengo la inmensa fortuna de haber encontrado el amor más grande con que alguien pueda soñar y he vivido momentos de intensa felicidad al lado de mi compañera.
Para muchos, esa simple confesión ha implicado que yo me transforme ante sus ojos de manera sustancial; la persona común y corriente que era se ha transformado en un ser extraño, censurable, reprochable, sospechoso de depravación, anormal, alguien que con toda desfachatez va “contra natura” en materias de amor y sexualidad y que se atreve a confesarlo sin vergüenza. A pesar de todos mis esfuerzos, no logro entender como alguien puede cambiar tan radicalmente su visión de mí o de cualquier otro homosexual por el simple hecho de saber que amo y soy feliz al lado de alguien de mi propio sexo.
De no haber ocurrido lo que ocurrió, yo habría seguido omitiendo ante todos mi condición de lesbiana. Habría seguido callando cuando se hablaba de las parejas en algún evento social, habría seguido llegando sola a las fiestas, habría seguido mintiendo cuando me preguntaran si tenía pareja. Aunque me sentía incómoda y a veces dolida por esa situación, el temor a que los demás instalaran en su imagen de mí la censura prejuiciosa a mi lesbianismo era más fuerte que cualquier otra consideración. Así callaba mi condición emocional, como alguna vez callé mis ideas políticas y como tantos callan aspectos de su existencia que les parecen reprobables frente a los demás.
Lo que pasó, la demanda por la tuición de sus hijas que interpuso Jaime López Allendes en contra de Karen y las estrategias utilizadas por sus abogados fueron tan violentas y devastadoras, que esta situación fue capaz de cambiar mi temor por coraje para decir lo que nuestra sociedad invisibiliza día a día. Que las personas que amamos a personas del mismo sexo somos muchos: según las estadísticas en Chile deberíamos ser alrededor de 1 millón de homosexuales. Con este fallo, se instala la inequidad oficial respecto a quienes sentimos así. Este fallo explicita el hecho que existimos muchas personas, cuyas obligaciones constitucionales son las mismas que todos los demás: pagamos nuestros impuestos, obedecemos las mismas leyes, recibimos los mismos beneficios o perjuicios a partir de las mismas políticas de gobierno en materia de salud, de educación...
Pero no tenemos los mismos derechos que todos los demás. Si tenemos hijos propios, los homosexuales no podemos criarlos porque les damos “un mal ejemplo” y “ponemos en riesgo su integridad sicológica”, si tenemos una pareja, no podemos obtener un vínculo con ella que nos permita acceder a los beneficios sociales o económicos a los que otras parejas si tienen acceso, no podemos dejarlos como nuestros legítimos herederos, aunque nuestra pareja haya participado directamente en la adquisición de nuestros bienes, en fin, somos ignorados, invisibles para toda la sociedad. No hay una encuesta que determine cuantos somos, cuales son las situaciones que nos preocupan, qué nos afecta, como funcionan nuestras familias, cuantas de nuestras familias crían hijos, cuales son los problemas de aquellos hijos.
Yo me pregunto simplemente, ¿qué peor ejemplo puede darse a un hijo cuando se induce a su madre o a su padre a mentir respecto de lo que siente para vivir en una farsa, manteniendo relaciones extramatrimoniales porque en ese matrimonio es profundamente infeliz? ¿Qué peor ejemplo puede dar un padre o madre violento a sus hijos, un padre o madre desilusionado consigo mismo, agresivo con su entorno, despreocupado de sus hijos? ¿No sería mejor averiguar la clase de relaciones y procesos afectivos que se dan al interior de los grupos familiares en vez de perseguir y censurar la forma en que están conformadas? ¿Qué peor ejemplo de sociedad misógina y machista se les ha podido dar a Matilde, Victoria y Regina, tres pequeñas que demasiado pronto serán mujeres, al decirles en ese fallo que su madre privilegió su felicidad por sobre la de sus hijas al seguir los impulsos de su corazón y no los prejuicios de la sociedad?
En otras palabras, de todas las minorías sujetas a discriminación en Chile, entre las minorías religiosas, de discapacitados, étnicas, políticas, no existe ninguna que sea más ignorada por las políticas públicas ni existe otra que sea más discriminada, estigmatizada, despreciada e insultada a todo nivel de la sociedad. Para nosotros los homosexuales, dispersos en todas las clases sociales y en todas las regiones de Chile, ya existen pocas cosas que nos llamen la atención. Acostumbrados a recibir golpe tras golpe, desprecio tras insulto y más insultos que se permiten espetarnos personas cuya moral merece, al menos, nuestras mayores dudas, nos impresiona que en el caso de Karen Atala 6 jueces hayan fallado a su favor antes de que el absurdo se halla enseñoreado en aquel vergonzoso fallo, como era de esperar. Es decir, ¡homosexuales del mundo uníos!, al parecer se vislumbra una esperanza, aunque débil, de vencer la hipocresía y la infamia y poder querernos a plena luz del día sin que a nadie le parezca censurable.
*Este artículo fue publicado bajo el título de “Homosexuales del mundo Uníos” en la revista “Rocinante” Año VII, Nº 69, Julio 2004